A lo largo de los años que llevo trabajando como psicóloga en la práctica clínica, me he encontrado con personas cristianas cuyo sufrimiento ha venido como consecuencia de ser invadidos por pensamientos intrusivos e involuntarios, siendo el contenido de estos, ofensas contra Dios.
Para una persona religiosa, o alguien que basa su vida en su relación con Dios, que un día se le cuele en su mente una idea blasfema, es algo que emocional y espiritualmente le va a provocar un fuerte impacto y como consecuencias experimentará gran ansiedad, miedo, duda, y mucha culpa, cada vez que esas ideas aparecen. A partir de ahí, la incomprensión de no saber cómo eso se coló y la lucha por evitar que vuelva a aparecer entre sus pensamientos será su principal preocupación, ya que esto pondrá en jaque su propio concepto como persona y como cristiano/a.
Y es este gran miedo, y ansiedad lo que hará que la persona inicie una serie de comportamientos para evitar y/ o parar estos pensamientos.
Como no podrá evitarlos, lo que tratará de hacer será empezar a razonar para contradecir la blasfemia, decirse cosas como: “¡No, no…!, eso yo no lo pienso, eso no lo digo yo. ¡Dios, perdóname, no sé por qué me viene esto a mi mente, no quiero que me venga, quítame y líbrame de esto, esto es del enemigo!”. Esto que la persona se dice, cuando las ideas blasfemas vienen, se acaba convirtiendo en un bucle, y le lleva a que este comportamiento se vuelva compulsivo. Es decir, que seguirá este patrón una y otra vez.
En resumen, y para entender el marco conceptual en el que estamos, diré que el trastorno obsesivo-compulsivo (Toc) es un problema de ansiedad y que como todo problema de ansiedad, el común denominador es el miedo.
Hay varios tipos de trastornos obsesivos en función de su temática (orden, contaminación, mágico, religioso…) por citar algunos.
Pero todos comparten el mismo patrón común, es decir, una idea se cuela en la mente (la temática de la idea, definirá el tipo de obsesión), esta idea genera un gran malestar, miedo y preocupación y a partir de ahí la persona estará especialmente pendiente y en alerta ante la posibilidad de que aparezca de nuevo esa idea.
Ese estado de alerta, incrementará los niveles de ansiedad y entonces la probabilidad de que vuelva a aparecer ese tipo de ideas en la mente aumenta, con lo cual cuando vuelve a aparecer de nuevo la idea temida, la ansiedad se disparará y la persona intentará a toda costa hacer algo para bajar su malestar.
Esto empieza a ser cada vez más repetitivo, y es cuando ya esas ideas se vuelven *obsesivas (*ideas intrusivas e involuntarias), y aquello que hace la persona para evitar la obsesión o pararla es lo que se conoce como comportamiento compulsivo (que en el caso de la obsesión religiosa son conductas como reprender esas ideas, negarlas, rechazarlas, orar, distraerse o un determinado comportamiento para evitar que algo malo suceda…)
Una vez se ha instaurado ya este circuito, el problema de ansiedad se mantendrá debido a este patrón repetitivo, llevando a la persona a una gran ansiedad diaria que afectará prácticamente todas las áreas de su vida (física, mental y espiritual).
Cuando la esfera de la psicología y la espiritualidad se ven tan entrelazadas, ¿cuál será la manera de hacerle frente al problema? ¿Es un problema espiritual o emocional? ¿El afrontamiento al problema ha de venir de la mano de la fe, de la psicología o de ambas?
¿Cómo manejar un Toc religioso?
Si eres una persona cristiana, te diré que en primer lugar cojas la fe, es decir, una oración enfocada en la esperanza y la confianza que tienes en Dios. Y una vez le has dicho a Dios que esas ideas no son algo que quieres, que no sientes y que las rechazas, ¿qué haces la próxima vez que estas vuelvan?
Valoremos las respuestas: ¿vuelvo a repetir la misma oración y esperar hasta la próxima?, ¿entro en actitud de desesperación, frustración y culpa?, ¿estoy en alerta cada día para ver si aparecen y entonces bloquearlo y distraerme?
La cuestión es saber cuál es la actitud necesaria para lidiar con este problema cuando venga. El desconocimiento hará que seamos presa del miedo y el catastrofismo, empezaremos a probar cosas de forma desesperada y nuestra ansiedad irá haciéndose cada vez más grande.
Si únicamente hacemos frente al problema como algo exclusivamente espiritual, pero nuestra actitud ante el problema no es la adecuada, el problema no solo permanece, sino que se mantendrá en el tiempo, empeorando nuestra salud emocional y espiritual.
En nosotros hay tres dimensiones: la física, la mental y la espiritual.
Los problemas emocionales empiezan en la mente, por tanto, hay afrontar el problema con estrategias de la psicología, que es la ciencia que se encarga de estas dificultades. Esto no excluye desde luego que usemos nuestra fe para que Dios nos ayude. Pero algo está claro, nosotros tenemos que poner nuestra parte, tenemos que responsabilizarnos de hacer frente a nuestros problemas y para ello necesitamos recursos, que en este caso los trae la ciencia psicológica.
Sabemos que la única de manera de superar un miedo es exponerse a él, y el contenido de la obsesión religiosa genera mucho miedo y ansiedad en alguien cristiano, así pues, la psicología dice “enfréntate a ello” y pone a nuestra disposición un abanico de estrategias enfocadas en ello y lo cierto es que está demostrado que funciona.
Un adecuado entrenamiento basado en exponernos a las ideas que nos aterran hace que las personas dejen de tener ansiedad cuando esas ideas vienen a su mente.
Sin embargo, para alguien que ama a Dios, hacer este tipo de ejercicios atenta contra sus creencias y le supone un gran conflicto, algo totalmente comprensible, ya que se está entrelazando un problema de la esfera mental cuyo contenido es religioso, pero esto no significa que sea espiritual, y ahí es donde nos podemos confundir. Que el contenido de mi pensamiento obsesivo sea religioso, no lo convierte en un problema de índole espiritual.
Por último, me gustaría compartir contigo el testimonio de una paciente a la que ayudé a superar su Toc religioso, y amablemente ha querido compartir su experiencia:
“EL SEÑOR MIRA EL CORAZÓN” (1º SAMUEL 16:7)
Recuerdo que la primera vez que tuve un pensamiento obsesivo-compulsivo estaba pasando por un momento de inestabilidad personal. Esto fue el caldo de cultivo para que aquel pensamiento tan temido llegara a mi mente. Recuerdo estar en la sala de estudio de mi facultad estudiando para los exámenes que pronto iba a tener y de repente apareció aquel pensamiento horrible “Me c*** en Dios”. En ese momento me inundó el miedo, la angustia y la culpa. Rápidamente, salí de ese lugar y empecé a caminar atemorizada, no podía sostener ese pensamiento en mi cabeza, venía una y otra vez, y yo cada vez me sentía peor. Era tanta la desesperación que tuve que llamar a mi madre para contarle lo que pasaba. Ella me intentó tranquilizar haciéndome ver que era un pensamiento involuntario y que nada tenía que ver conmigo. Sin embargo, yo no podía dejar de estar angustiada porque sentía que estaba faltando el respeto a Dios y maldiciendo su nombre. Estaba reproduciendo en mi mente una expresión que siempre me había molestado y creado un gran rechazo cuando la oía de la boca de otras personas. Pero ahora era yo quien afirmaba eso en mi mente. ¿Qué pensaría Dios sobre mí? ¿Cómo podía decir algo así de Dios cuando Él lo había hecho todo por mí? ¿Cómo le podría estar sentando que en mi pensamiento le insultara una y otra vez? ¿Iba a afectar esto en nuestra relación? ¿Me seguiría amando? Muchas preguntas me asaltaban.
La mecánica de lo que me sucedía era la siguiente: el pensamiento llegaba a mi mente y mi reacción a él era de rechazo, temor y miedo porque no quería pensar eso, me repugnaba hacerlo, iba en contra de mi fe o de como percibía a Dios. Me horrorizaba y tenía un impacto muy fuerte sobre mí y era justo ahí donde erradicaba el problema. El hecho de tener miedo era lo que hacía que volviera a venir el pensamiento. Yo quería huir de él, pero era un efecto rebote, lo atraía de nuevo al darle importancia. Sentía que no podía escapar de ello, que no tenía el control de lo que me pasaba y que mi mente me estaba dominando por completo. No le encontraba sentido a vivir así, maldiciendo a mi Creador y sin dominio de lo que pensaba. Estaba atemorizada. Recuerdo que aquellas semanas solo quería dormir porque era el único momento donde no tenía que batallar con ese pensamiento.
Por eso, animada por mi familia, decidí pedir ayuda a un profesional porque sentía que esto que me sucedía se había apoderado de mi vida. Así que contacté con Silvia Villares (psicóloga cristiana), hecho que fue clave para abordar el problema y poner una solución. Fue la mejor decisión que pude tomar. Ella me tranquilizó y me comentó que esto no solo me pasaba a mí, que había tenido otros pacientes que sufrían con pensamientos obsesivos compulsivos y que abordándolo y dejándome guiar por sus estrategias, íbamos a poder poner una solución. Algo que me alivió en gran manera porque pensaba que quizás iba a tener que lidiar con esto toda mi vida, ya que por mí misma no había sabido deshacerme de ello. Ella me propuso exponerme al pensamiento, hacerle frente y rebatirlo con las verdades de Dios para así quitarle peso.
La exposición consistía en decir en voz alta, una y otra vez, aquellas palabras que habían tomado protagonismo en mi mente. Lo había pensado muchas veces, pero no lo había verbalizado y esto todavía me parecía más terrible. En un primer momento, me sentía reacia a tener que llevar a cabo la tarea de maldecir el nombre de Dios una y otra vez y ahora delante de alguien más. Me producía mucha tristeza. Pero era necesario y formaba parte del proceso de recuperación. Recuerdo que Silvia me pidió que fuera midiendo el sentimiento de angustia que me producía expresar esas palabras en la serie de repeticiones. Lo que pude experimentar era que las primeras veces sentía mayor angustia, pero que esta iba disminuyendo con el paso del tiempo, se convertían en meras repeticiones sin significado alguno. Silvia me propuso que esta exposición que habíamos hecho durante la consulta la hiciera cada día en mi casa por un tiempo determinado. A través de este ejercicio entendí que realmente era un pensamiento que no me pertenecía, que simplemente eran palabras vacías, sin contenido, porque el contenido no me representaba. Eran simples palabras huecas, aprendí a quitarles importancia.
Recuerdo que una táctica que utilizaba era que cuando me venía el pensamiento, siempre lo respondía con un “Te amo Dios”. Este segundo era el verdaderamente real, voluntario y fruto de un corazón sincero. Hacer esto día tras día me ayudó a quitarme el miedo que me producía y con ello el pensamiento desapareció. La raíz del pensamiento obsesivo era el temor y cuando eso se fue también desapareció el problema.
El amor de Dios hacia mí no había cambiado en ningún momento, ni desde aquel fatídico día en el que había aparecido esa expresión en mi mente. Dios no se había sentido ofendido por esas palabras, porque eran involuntarias, no me pertenecían, estaban vacías de significado. Dios veía cuánto sufría por algo que no podía controlar. De hecho, lidiar con ese pensamiento decía mucho de cuánto Dios significaba para mí, porque era lo que más temía y eso hablaba también del temor que tenía a Dios. Como vemos en 1 Samuel 16:7 “(…) el Señor ve nuestro corazón”, se detiene en nuestras intenciones. Sabe que es una cuestión de salud mental y nos quiere liberar de toda culpa que pueda invadirnos.
Si estás lidiando con un pensamiento así, no te culpes, exponte a él y enfréntalo respondiendo con las verdades de Dios. Si te invade un pensamiento negativo, responde con un pensamiento verdadero, honesto, justo… (Filipenses 4:8) Atrévete a reírte de eso que estás pensando, quítale peso, porque eso no te pertenece. No tengas miedo, porque no estás solo lidiando con esa batalla, Dios te coge de la mano y ten por seguro que con su ayuda saldrás victorioso. Te animo a que sigas confiando y esperando en el Señor. Dios es más grande que nuestros pensamientos.
Espero que te sea de ayuda, y tú también puedes superarlo. ¡Empezamos!
Silvia Villares, psicóloga especialista en problemas emocionales.