Un caso de éxito
Me complace y me alegra mucho compartir contigo un testimonial de una querida clienta con la que he tenido la oportunidad de compartir y acompañar por uno de los momentos difíciles de su vida.
Agradezco mucho que haya hecho el esfuerzo de compartir su experiencia con el ánimo de ser de inspiración y esperanza para otras tantas personas que en este momentos se sientan perdidas. Es mi deseo que te anime comprobar que podemos superar nuestras dificultades emocionales, si con determinación vamos a por ello.
Mi experiencia
Siempre he sido una persona tremendamente exigente conmigo misma, perfeccionista y controladora y cuando el que era “mi plan vital” se desmoronó por completo, me encontré totalmente perdida. No obstante, rápidamente busqué estrategias que, en teoría, me ayudarían a retomar el control y a ser esa persona “perfecta” que siempre he aspirado a ser.
A nivel laboral no dejaba de marcarme objetivos y a nivel social y familiar, no dejaba de “forzarme” a organizar planes, a salir o a poner mi mejor sonrisa. E incluso “me forcé” a conocer nuevas personas. El problema llegó cuando todos esos planes maravillosos que yo creaba en mi mente, todas esas estrategias planeadas al milímetro, no funcionaban.
Me sentía frustrada en el trabajo, con mis amigos y familia, pese a las ganas de tenia de verlos, a los pocos minutos de estar con ellos, me invadía una sensación de tristeza y vacío… y obviamente, con las personas con las que quedaba, estos sentimientos eran iguales o peores.
Me sentía una fracasada, una persona que pese a que “estaba haciendo todo bien” no era capaz de ser feliz. ¡Lo tenía todo! ¿Por qué no era capaz de ser feliz? ¡Si lo tenía todo planificado! La estrategia estaba clara, ¿Por qué no funcionaba?. Estos eran los pensamientos que invadían mi mente cada vez que salía y que por supuesto, me hacían aislarme completamente de la situación en la que estaba, y meterme en un bucle con mis pensamientos de… “eres un fracaso, mira que tenías el plan perfecto y otra vez vuelves a estar mal, todo lo que habías planificado no ha servido para nada, eres una hipócrita por estar triste cuando hay gente que de verdad tiene problemas y es feliz, etc.”.
Y además, debido a mi perfeccionismo extremo, yo no mostraba en absoluto lo que pasaba por mi mente, sino que de cara a la gente me ponía una máscara con mi mejor sonrisa, porque claro… no podía permitirme que nadie me viera mal…
El problema siguió evolucionando, puesto que todos estos niveles de ansiedad, tenían que salir por algún sitio, y empecé a comer de forma compulsiva. Cada vez que una de “mis estrategias definitivas” fallaba, me iba directamente a casa a comer, a veces me provocaba el vómito y otras no…
Fueron pasando los años, y cada vez mis estrategias iban limitándose más, se me acaban las ideas y el malestar aumentaba y con él los sentimientos de fracaso, de tristeza y los atracones.
Llegó un momento en el que para mí, salir era horrible. Horrible. Porque sabía que antes o después me acabaría sintiendo mal y que volvería a mi casa a comer enfermizamente. Y bueno, cuatro años después, toqué fondo. Se me fueron las ganas de todo y solo quería, estar sola y comer. Estaba cansada de forzarme. Y supongo que en ese punto me di cuenta de que efectivamente la situación se me estaba yendo de las manos, que por mucho que me costara asumirlo, esta mujer “perfecta y controladora” no podía con todo.
En este momento entró Silvia. Me gustaría destacar su cercanía y calidez.
Desde el primer momento te transmite esa sensación de que estas en un sitio seguro, en el que puedes hablar sin temor a que nadie te juzgue. Fueron pasando las sesiones y entre ellas, Silvia me iba poniendo pequeños ejercicios, que trabajábamos en terapia. Hasta que finalmente, aproximadamente 4 meses después de nuestra primera sesión, ¡me di cuenta de que ya estaba bien! Era increíble como algo que llevaba atormentándome toda mi vida, ese perfeccionismo, esa necesidad de control, dejaron de dominar mi vida.
En mi caso, la terapia me sirvió para aceptarme. Para dejar de luchar conmigo misma, para darme cuenta de que los “tengo” o “debería” no sirven para nada, más que para producir frustración. Para cambiar la forma en la que me hablaba, para aceptar que soy humana y que, como tal, tengo limitaciones.
Que no pasa nada por estar triste, que no pasa nada por equivocarte, que la perfección no existe y que no podemos controlar todo. Que muchas veces, nuestros pensamientos o sentimientos están distorsionados y que, por lo tanto, en lugar de enredarnos con ellos, simplemente hay que aceptarlos como parte de quien somos, y simplemente, dejarlos pasar.
Yo ahora salgo con mis amigos y familia y soy consciente de que casi con total seguridad, los sentimientos de tristeza o de vacío, surgirán en algún momento, la diferencia es que en lugar de sumergirme en ellos, sentir ese fracaso y solo desear irme a mi casa a comer, ahora los detecto, me doy cuenta de que están ahí y simplemente vuelvo al presente.
Admito que no puedo controlarlo todo, que no soy perfecta y que, por desgracia, tengo pensamientos o sentimientos que no me gustaría tener, pero que no pasa nada. Los dejo pasar y simplemente me esfuerzo, en volver a la situación. Por supuesto, los atracones han desaparecido a la vez que mis ganas de volver a salir han ido aumentando.
Si hay algo que me gustaría destacar de mi experiencia es el hecho de que nadie merece vivir en la penumbra. Pese a que consideres que tu problema o aquello que te genera malestar “no es tan grave” si a ti te está haciendo sufrir, es importante.
Y en ese sentido, de verdad que no puedo dejar de recomendar a Silvia, puesto que lo mismo que tiene de calidez y empatía, lo tiene de profesionalidad. Espero que mi historia pueda ayudar a cualquier persona que esté sufriendo a dar el paso y pedir ayuda.
H.T.
Gracias por todo Silvia.